A quince años del caso que evidenció el colapso del sistema de salud mental y penitenciario: Raúl Piñel asesinó a su padre y «se lo comió», actos extremos que podrían haberse evitado con intervención temprana.
Hace más de 15 años, un crimen ocurrido en la localidad bonaerense de Daireaux conmocionó a la sociedad por su nivel de violencia, locura y abandono. Raúl Ernesto Piñel, de 32 años, fue condenado tras asesinar y descuartizar a su propio padre, en un acto que combinó delirios místicos, rituales oscuros y claros síntomas de trastornos mentales graves no tratados.
Este caso, conocido por los medios como el del “Hannibal Lecter argentino”, no debe ser recordado por el morbo, sino como un símbolo del fracaso estatal en la prevención de la violencia, el abordaje de las enfermedades mentales y el acompañamiento de personas vulnerables.
¿Quién era Raúl Piñel?
Piñel vivía en el ámbito rural de la provincia de Buenos Aires. Fue descripto como un hombre callado, introvertido y con signos evidentes de deterioro emocional. Había tenido una infancia conflictiva, problemas económicos persistentes, y antecedentes penales menores. Su entorno familiar y comunitario notaba un comportamiento errático, pero nunca recibió el seguimiento psicológico adecuado, ni siquiera durante sus períodos en prisión.
Una escalada que nadie detuvo
Durante una condena por robo, participó en rituales de automutilación y pseudomagia con otros presos, lo que agudizó su cuadro psiquiátrico. A su salida, ya bajo libertad condicional, mostraba comportamientos profundamente alterados: hablaba solo, mencionaba al diablo, realizaba rituales, y fue incluso denunciado por su madre ante la Policía y los servicios penitenciarios. No fue atendido.
Poco después, cometió el crimen contra su padre. Los detalles son aberrantes, pero no deben repetirse aquí por respeto a las víctimas. Lo que sí se debe recordar es la omisión del Estado, que ignoró las señales de peligro, incluso cuando fueron reportadas por su propia familia.
Diagnóstico y consecuencias
Tras su detención, Piñel fue evaluado y declarado paranoide, esquizofrénico y psicótico, con alucinaciones activas. Desde entonces, permanece internado en un hospital neuropsiquiátrico.
Este caso evidencia que sin políticas de salud mental integrales y sin intervención temprana, el desenlace puede ser trágico. También nos recuerda que el estigma, el abandono y la negligencia no solo afectan a quien sufre un trastorno mental, sino también a su entorno y, en los peores casos, a toda una comunidad.

La chimenea de la casa donde la policía encontró un macabro escenario con restos humanos